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México: Primer año de gobierno y crisis de crescimiento

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Por IELA em 21 de novembro de 2019

México: Primer año de gobierno y crisis de crescimiento

 

I
Empecemos recordando algunos datos básicos: durante el modelo neoliberal, la tasa media de crecimiento del PIB fue del orden del 2.2% anual (el PIB per-cápita, crece en el orden del 0.5%). Cifra que nos habla de una situación de cuasi estancamiento. Para el nuevo sexenio (2018-2024), el nuevo gobierno prometió un aumento del 4.0% anual para el PIB. También hemos señalado que este ritmo de expansión es claramente insuficiente. Para resolver los problemas actuales, o más bien para empezar a resolverlos, la economía debería crecer al 6.0-5.5% promedio anual.
Al iniciarse noviembre del 2019, se está por cumplir el primer año en funciones del nuevo gobierno. ¿Qué ha sucedido en este período?
La información oficial –que no es instantánea-, para el PIB señala las cifras que siguen.
 
Cuadro 5.I : Variación reciente del PIB.

Variaciones del PIB

Primer trimestre del 2019

Segundo trimestre del 2019.

Respecto al trimestre anterior

 –  O.3 %

    0.0 %

Respecto al año anterior

    0.3 %

Fute: INEGI.
………………………………………………………………………
Cifras preliminares señalan que, para el tercer trimestre del 2019, el PIB creció un 0.1% respecto al trimestre anterior y cayó un –o,4% respecto al año previo. Por grandes sectores, la agricultura (cuyo peso es bajo respecto del PIB), sube 3.5% y 5.3%; el sector terciario (servicios) no se mueve y el secundario (industria), que es absolutamente clave para el funcionamiento de la economía, cae un 0.1% respecto al trimestre previo y -1.8% respecto al trimestre del año previo.
 
Las cifras son misérrimas y nos habla de una clara situación de estancamiento económico. Al respecto, se ha dicho que todo nuevo gobierno sufre el costo de “aprender a gobernar”. Algo hay de cierto en esta afirmación, pero ella dista mucho de explicar la pésima performance del primer año.
También se ha indicado, en un plano más general, que lo primordial es mejorar la situación de los pobres. Estos, no olvidemos, se concentran en el bloque de los informales. Lo cual, plantea dos alternativas: a) que el gasto social suba y se oriente fuertemente a tal sector: subsidios, políticas asistenciales, etc.; b) que se impulse fuertemente la inversión y, por consiguiente, que crezcan con gran rapidez las ocupaciones productivas y mejor pagadas.
 
La alternativa a) es asistencialista y, de hecho, equivale a una especie de limosna estatal. Puede aliviar pero, a la larga, nada resuelve. También es una salida muy frecuente en los gobiernos reformistas, que no poseen voluntad o fuerza para un cambio estructural en el espacio de la producción.
 
La alternativa b), que implica muy altos ritmos de inversión y de crecimiento, es la única que puede resolver, de verdad, el problema de la pobreza. Si las personas acceden a ocupaciones productivas bien pagadas, dejan de necesitar subsidios y de vivir de la caridad estatal.
En este marco, la experiencia latinoamericana es clarísima. Cuando la economía crece a altos ritmos, las ocupaciones del sector formal también crecen rápido. Y se reduce el peso del sector informal y más pobre. Al revés, cuando las economías crecen muy lentamente, el empleo formal decae y se acrecienta fuertemente la ocupación informal. Y como en éste bloque (que en México explica   un 60% de la ocupación total), se concentran los grupos que viven en la pobreza, la resultante obvia es más desigualdad y más pobreza. En corto, la clave radica en altos crecimientos del sector formal de la economía (de la industria en especial). Sólo así se pueden elevar los niveles de vida y reducir el peso de los que viven en condiciones de gran pobreza. Todo lo demás no son sino paliativos de corto plazo. 
 
Igualar desarrollo a extinción de la pobreza y disociarlo del crecimiento de la productividad y del PIB, es confundir buenos deseos (y juicios de valor), con realidades objetivas. De seguro, puede haber crecimiento sin justicia social (es algo común en el capitalismo), pero ésta no será factible si no hay un fuerte crecimiento. Y se debe insistir: tal crecimiento exige un gran esfuerzo de inversión. Y, en un primer momento, es la inversión pública la que debe generar el primer y decisivo impulso. Para lo cual, valga recordar, se exige un fuerte aumento de los recursos púbicos y, por ende, de la carga tributaria, la que hoy es irrisoria.
 
En México, la relación ingresos tributarios a PIB es bajísima y está muy por debajo de la media latinoamericana: unos 5 puntos porcentuales.  Se podría hablar de un potencial tributario mínimo y que, al hacerlo efectivo, se dedicara completamente a financiar proyectos de inversión industriales, públicos y mixtos. Sea para sustituir importaciones o para dinamizar las exportaciones del país. Con este paquete de inversiones, el país asistiría a lo que antes se llamaba un “big push”, el que siendo bien proyectado, no sólo provocaría un salto en el crecimiento sino, a la vez, impediría  la emergencia de presiones inflacionarias y sobre el balance pagos.
 
II
Volvamos al año en curso. ¿Qué razones se podrían aducir como explicación del nulo crecimiento? Si buscamos por el lado de la demanda global (la que, en el corto plazo suele funcionar como fuerza determinante), tendríamos: a) respecto al año anterior, el consumo familiar crece 0.2% (1° trim.) y 0.6% (2°trim.); b) las exportaciones crecen 1.8 % (1° trim.) y 3.2% (2° trim.); c) la inversión bruta fija cae un -3.4% (1°trim.) y un -5.2% (2° trim.). 
 
Claramente, es la inversión la que opera como factor causal negativo.
 
Pero hay algo más: la inversión privada, respecto al año anterior, cae un -2.24% (1° trim.) y un -4.0% (2° trim.). Entretanto, la inversión pública cae, respecto al año anterior, un -10.9% en el 1° trim. y un -11.5% en el 2° trim. O sea, lo que más debe crecer, es lo que más se cae.
También tenemos que el Consumo del Gobierno se reduce: un -1.3% en el primer trimestre respecto al del año previo y un-1.9% en el segundo trimestre. En resumen, llegamos a una conclusión que parece paradójica: la fuerza recesiva principal ha sido la caída del gasto público.
 
En un gobierno que presume de propósitos anti-neoliberales, nos encontramos con una política fiscal de corte recesivo. Lo cual, si bien pensamos, resulta bastante congruente con los criterios imperantes en el Banco Central y en la SHCP (que son básicamente de corte neoclásico-neoliberal), pero del todo opuestos a los eventuales afanes de romper con el modelo neoliberal. Este no es un problema de malos y de buenos. En la SHCP pudieran existir “gentes buenas”, pero el problema radica en la forma que entienden al mundo de la economía. Lo hacen con cargo a la teoría que han estudiado y asimilado, que es la neoclásica-neoliberal. (¿Por qué lo habrán hecho, acaso por arribismo social?). Luego, más allá del “buen corazón”, con esas anteojeras, ellos creen que hacen el bien mientras, de hecho, pauperizan y destruyen a las grandes mayorías.
 
El presidente López Obrador, todavía mantiene una muy elevada aprobación, del 60-70% o más. Pero se deben mencionar tres factores que empiezan a emerger con signos ominosos: 1) el ya indicado del muy bajo nivel de inversión y el consiguiente estancamiento de la economía; 2) la creciente violencia que se agudiza en el país. En esto, parecen converger la extrema derecha (panistas y salinistas) golpista y el narcotráfico. Todo parece indicar que existiría una asociación o pacto entre tales grupos políticos y las filas del narco y de otros grupos gangsteriles. El objetivo de este grupo sería el golpe de Estado o bien, el llamado “golpe blanco”. Es decir, ante la amenaza de un golpe militar explícito, el gobierno así arrinconado cedería ante la derecha y abdicaría de sus promesas de cambio estructural; 3) el gobierno, buscando evitar encuentros violentos, empieza a dar la impresión de falto de fuerza y de decisión. Es decir, se estaría confundiendo la prudencia, con la debilidad ante el crimen. Y un gobierno tan “blandito” termina por darle alas a sus enemigos. En política, bien se sabe, el “poner la otra mejilla” es el mejor camino para la perdición.
 
El partido del presidente tampoco da garantías. Parece ciego e irresponsable frente a lo que se juega en el país y se enreda en disputas internas de baja estofa. En ellas, no se discuten líneas políticas ni de organización, sólo el cargo burocrático tal o cual. Con la llegada al gobierno, ya parecen haber arribado a los “santos cielos” y buscan tales o cuales platos de lentejas. Es decir, parecen sucumbir a la degradación moral que ha provocado el neoliberalismo en el país.
 
 

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