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Crisis en Brasil: el eclipse de la inocencia

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Por IELA em 20 de junho de 2016

Crisis en Brasil: el eclipse de la inocencia

Las acusaciones de corrupción contra gran parte de la dirigencia política (que involucra sobre todo al PT, pero también a partidos de la oposición) y el intento de destituir a la presidenta Dilma Rousseff, han generado en Brasil una situación de profunda crisis. Para analizar sus implicancias, invitamos a escribir a Nildo Ouriques, uno de los principales referentes de la Teoría de la Dependencia, profesor de Economía y Relaciones Internacionales y presidente del Instituto de Estudios Latino-Americanos (IELA) de la Universidad Federal de Santa Catarina, quien nos comparte en esta nota su mirada crítica acerca del complejo proceso que se vive en Brasil.
El sistema político brasileño revela su crisis casi terminal. No se trata de simple crisis moral, como pretende la derecha liberal; tampoco se puede explicar la crisis actual por la falta de representación, tal como insiste la izquierda liberal. Asimismo, no se puede indicar la profunda corrupción de los líderes del parlamento (Senado y Cámara de diputados) y de importantes líderes partidistas de casi todos los partidos como fuente originaria de los impases presentes. El sistema político entró en colapso definitivo y la posible destitución de la presidente Dilma o aun su manutención en la silla presidencial es incapaz de solucionar el problema. La raíz fundamental de la crisis actual es producto de la lenta transformación del Partido dos Trabalhadores (PT) en el principal partido del orden burgués, fenómeno ocurrido durante las dos últimas décadas, especialmente evidente durante los dos gobiernos de Lula y Dilma.
Resulta que en un país dependiente en que la gran mayoría de la población está sometida a superexplotación de la fuerza de trabajo, el sistema político necesita de partidos que, en alguna medida, sean capaces de representar los intereses de las clases en conflicto. El PT nació y creció en la exacta medida en que conseguía representar los intereses de las clases subalternas. Durante muchos años el PT practicó una suerte de radicalismo político frente al Estado y a los capitalistas, que consolidó en el pueblo la idea de que solamente la lucha podría lograr conquistas sociales en un país sumamente desigual. Al contrario de lo que afirmaron muchos dirigentes algunos años después, no fue la habilidad del partido en relación a las clases dominantes lo que le permitió llegar a la presidencia de la república; al contrario, fue la larga tradición de lucha y cierto radicalismo político el responsable por sus éxitos electorales. Así, el PT era el único partido que en realidad realizaba fuerte oposición al PSDB de Fernando Henrique Cardoso (FHC). Después del Plan Real -el más importante pacto de clase realizado por la burguesía en Brasil- el agotamiento social era inmenso. La única fuerza en el país con capacidad de sacar a Brasil de la crisis era, obviamente, el PT. Por eso venció. 
El PT adoptó -sin necesidad- el Plan Real como estrategia económica. La única diferencia era que el PT puso “rostro humano” en el pacto de clase organizado por FHC. Los programas sociales festejados por casi todos representaron, de hecho, una digestión moral de la pobreza, pues al Bolsa Familia, principal programa social de Lula y Dilma, consumió tan sólo el 0,47% del PIB, mientras el gasto con el rentismo de la deuda acaparó siempre el 8 o 9% del PIB. Los programas sociales eran, de hecho, muy baratos, razón por la cual incluso el candidato del PSDB en la última disputa presidencial -senador Aécio Neves- lo adoptó sin reservas. La profundización de la crisis volvió los programas sociales ineficientes para mantener el viejo y cómodo pacto de clase de la república rentista. Por ello Dilma aplicó un fuerte ajuste de extracción fondomonetarista después de vencer los socialdemócratas con un programa de matiz keynesiano. Fue un golpe a su base de apoyo, y también considerado insuficiente para las fracciones burguesas del capital, pues, como sabemos, jamás el “ajuste” -por más profundo- es suficiente para los liberales.
Así, mientras los gobiernos del PT adoptaron el Plan Real de los socialdemocratas y los representantes de la socialdemocracia adoptaban los programas sociales del PT, las diferencias entre los partidos iban desapareciendo en la misma medida en que el sistema político perdía su capacidad de representación. Todos son iguales, gritaban algunos! Todavía, no lo eran del todo. Fue necesaria la emergencia de la corrupción para que, a los ojos de las mayorías, el viejo postulado popular se volviera real: “todos los políticos son iguales”. Así se explica porque actualmente el PT perdió fuerza moral en la sociedad, pues además de aplicar un programa que representa los intereses de las clases dominantes, ahora, después de los “escándalos de corrupción”, se volvieron exactamente iguales a sus opositores. En este contexto, poco importa que Dilma no esté directamente involucrada en el robo (grande o pequeño). Millones observan que el sistema es corrupto y que el PT hace parte del enredo. Basta con decir que en la comisión parlamentaria que hizo el informe y aprobó la destitución de la presidenta, de los 38 diputados que votaron contra Dilma, por lo menos 16 responden procesos en el Supremo Tribunal Federal por distintos crímenes. El presidente de la cámara de diputados, Eduardo Cunha, posee cuentas no declaradas en el exterior y recibió 5 millones de dólares en el sistema de corrupción montado entre empresarios y Petrobrás. Lo mismo pasa con Renan Calheiros, presidente del senado. 
El sistema de financiación privado en las campañas electorales es una maquina eficiente para mantener el Estado como aquel viejo y útil “comité de negocios de la burguesía”. El carácter de clase de los políticos es cada día más evidente en el congreso nacional. Lula y Dilma suponían que en el contexto de un sistema político con fuerte corte de clase y corrupto, solamente ellos podían garantizar el apoyo de las clases subalternas. Era su moneda frente al poder del capital, suponían. Pero cuando la corrupción alcanzó al PT y sus principales dirigentes, el supuesto encanto de independencia y honestidad desapareció por completo. 
En junio de 2013 los estudiantes organizados por el Movimento Passe Livre (MPL) organizaron importantes protestas por la reducción de la tarifa de transporte, un servicio pésimo y caro para los trabajadores. Después de 4 días sin saber “qué hacer”, Dilma propuso un pacto que tampoco respetó. Más allá de la maniobra política típica de los partidos burgueses, existía algo valioso en ello: ¿el sistema sería capaz de reformarse? En perspectiva podemos ver que no fue capaz de reformarse y el PT tampoco pretendió alguna reforma, aunque más no sea modesta. Dilma (y Lula) siempre jugaron con una carta que ahora, se revela débil: “el mundo es malo con nosotros pero será peor sin nosotros”. Ellos de hecho creían -y todavía lo creen- que son la única alternativa para impedir la barbarie en contra de los trabajadores. Sin embargo, todos los días asumen como propia la agenda neoliberal de los socialdemócratas, como quien dice que “por la derecha no tendremos oposición y por la izquierda solamente nosotros existimos”. 
La crisis agotó la capacidad de maniobra del gobierno. Pero también agotó históricamente al PT y a sus líderes. No importa si Lula todavía aparece en las encuestas como el favorito para vencer en las elecciones del 2018, pues el PT ya no podrá representar las mayorías que todavía no logran consolidar sus preferencias electorales. Pero eso es apenas parte del problema. Los sindicatos y la mayoría de la población ya no cree que podrá mejorar su vida dentro del sistema, y menos todavía que en las actuales “reglas del juego” algo podrá, de hecho, cambiar. El llamado “modo petista de gobernar” ya no es posible como camino para endulzar el conflicto de clase. Los programa sociales no logran mitigar los efectos destructivos de tasas de desempleo superiores al 10%. Una época de inocencia política terminó. Es posible que muchos se sientan en soledad y hasta supongan que un reino de mil años de barbarie se inauguró. No es cierto. El eclipse de la inocencia, de los que creían que era posible armonizar los intereses de una burguesía rapaz con los condenados de la tierra, finalmente se impuso. Más que el fin de nuestras esperanzas en el futuro, vivimos el fin de una época de ilusiones. 
Publicado originalmente na Revista Confluência.
 

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