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Brasil: Bolsonaro se deteriora

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Por IELA em 28 de maio de 2019

Brasil: Bolsonaro se deteriora

El peso económico y político de Brasil en América Latina es conocido. Se dice que Kissinger apuntaba: “hacia donde se mueve Brasil, hacia allá se mueve América del Sur.” El enunciado no siempre se cumple, pero sirve para resaltar el peso del gigante sudamericano.
La trayectoria última del país es aleccionadora. Con el triunfo electoral de Lula, llegaba al gobierno una fuerza que se suponía de izquierda y que en términos partidarios se agrupaba en torno al PT.  Las esperanzas que despertó Lula fueron inmensas, pero se fueron disolviendo con el paso del tiempo.
Si apuntamos a lo medular, tendríamos: a) el nuevo gobierno no fue capaz de romper con el gran capital financiero (que es el gran eje del patrón neoliberal) e inclusive, por la vía de la deuda pública, le traspasó una suma de intereses que ha sido descomunal. La tasa de interés activa, según Cepal, alcanzó un nivel medio del 41,1. anual entre 2014 y 2017; b) durante el gobierno de Lula, el país experimento un fuerte auge de sus exportaciones agro-industriales (más por precios que por cantidades); c) el auge exportador le concedió al gobierno ciertos grados de libertad y de recursos. Esto, le permitió impulsar programas de apoyo a los más pobres que, en su momento, fueron significativos; d) hacia fines del último período de Lula, empezó a sentirse en el país el impacto de la gran crisis y de la caída de la capacidad para irnportar. Siendo su sucesora, Dilma, la que se vio casi “obligada” a implementar las políticas de ajuste y austeridad de corte neoliberal. El PIB cayó, el empleo y los niveles de vida se encogieron. El desempleo urbano que fue de 7.8% en 2014, llegó a un 14.5% en el 2017.Al cabo, Dilma fue cesada de su cargo.  
Durante el “lulismo petista”, destacan dos aspectos a subrayar: a) la falta de voluntad para sepultar al modelo neoliberal; b) la gran corrupción que empezó a azotar tanto al gobierno como a las altas direcciones del Partido del Trabajo. Corrupción que se generalizó a escala nacional. Un claro y grotesco ejemplo de la corrupción generalizada se vio con el juicio a Dilma. Los parlamentarios que votaron por su destitución eran aún más corruptos y quien la sucedió en la presidencia, Temer, hoy está sometido a juicio y ya ha visitado la cárcel. En otras palabras, para donde usted mirara veía a más y más corruptos. 
En este marco: i) la “clase política” se hunde en un desprestigio inmenso; ii) los informales y pobres, en muy alto grado dirigidos por los evangélicos (a quienes Lula les concedió canales de radio y televisión), se indignan y rechazan a los políticos tradicionales. El pueblo brasileño, desde siempre muy aficionado a la santería, se vuelca ahora a las sectas evangélicas. Que la religión sea “el opio de los pueblos” es una hipótesis correcta. Pero en el caso que nos preocupa hay que entenderla bien (y no puramente literal): no provoca sueños (la “paz de los sepulcros”) sino despierta el enojo y la rabia contra lo que son consecuencias y no causas del mal que agobia a las masas pobres. Se culpa a tales o cuales personas o grupos y, a la vez, se oculta el problema de las estructuras que determinan esas conductas. De este modo, esas masas terminan por apoyar a personajes que defienden esas estructuras, como la neoliberal; iii) las capas medias urbanas también se han deslizado a una oposición furibunda. Y despliegan una crítica –más bien un rechazo- que recae en las huestes petistas con singular fuerza; iv) la gran burguesía industrial, muy concentrada en Sao Paulo, también se declara ofendida por los robos de la clase política.
Esta fracción del capital, que en México (donde el arancel medio cayó desde un 15.2% en el 2000 a un 2.2% en el 2010 y el coeficiente de apertura externa alcanzó un 65% en el 2010) casi ha desaparecido, en Brasil (donde el arancel medio pasó desde un 12.7% en el 2000 a un 7.6% en el 2010 y en este mismo año el coeficiente de apertura externa fue del 32%), se ha debilitado, pero conserva alguna fuerza no menor. 
En este contexto, emerge Bolsonaro como una especie de figura providencial que recoge esos agudos malestares. ¿Quién es? ¿Quiénes lo apoyan? En lo personal, Bolsonaro es un ex-militar, culturalmente primitivo, partidario de la “mano dura” y ultra derechista. En veces, nos recuerda a los antiguos “gorilas” latinoamericanos. Su equipo de gobierno, es también ultra-neoliberal. Y su ministro de Hacienda, parece más papista que el mismísimo Milton Friedman.   
El panorama económico de Brasil resulta muy sombrío. El muy débil crecimiento de la economía mundial lo afectará con fuerza. Y la aplicación cerrada del recetario neoliberal, añadirá gasolina al fuego. El PIB per-cápita cayó un -4.4% en 2015, un -4.1% en 2016, creció un magro 0.3% en 2017 y un 0.5% en el 2018. Para el 2019, los pronósticos son sombríos. Según O Globo (16/5/2019), citando datos del Banco Central, en el primer trimestre del 2019, el PIB global cayó un -0.68% y muchos analistas pronostican una próxima recesión (descenso absoluto del PIB durante dos trimestres consecutivos).  
Otro golpe muy fuerte para el nuevo gobierno, ha sido la reciente acusación de fraude e ilícitos en contra de un hijo del Presidente. ¿El que acusa a los ladrones no es más que otro ladrón que estaba encubierto?
Los ministros que acompañan a Bolsonaro también se distinguen por su torpeza y falta de tacto. Abren la boca, se contradicen y provocan malestar en sus mismos partidarios. 
En este plano, destaca Weintraub, el Secretario de Educación. En el espacio educativo, se busca recortar el presupuesto y combatir a fondo a los cientistas sociales. Para Bolsonaro et al, los politólogos, sociólogos, psicólogos y demás, no son más que “comunistas disfrazados” y agentes del mal. En los últimos días, se tomaron medidas para reducir el presupuesto educativo y se suprimieron becas de apoyo a estudiantes pobres, El malestar y la reacción popular han sido enormes. El 15 de mayo se llenaron las plazas y calles de prácticamente todas las ciudades de Brasil con marchas gigantescas de repudio a Bolsonaro y su política. Por tales días, Bolsonaro viajaba a EEUU. No fue recibido en N. York ni por Trump. Se refugió en Texas con G. Bush. Allí, ambos manifestaron su preocupación por el que sería el triunfo de C. Kirchner en Argentina, silenciando el brutal fracaso de la administración de Macri. De paso, se refirió a las gigantescas protestas de estudiantes y profesores, como marchas de “idiotas útiles”. Con todo y “malgré” Bolsonaro, estas marchas marcan un punto de inflexión muy serio en la política brasileña.  
En Brasil, la derecha más civilizada (Cardoso, Serra, etc.) empieza a impulsar un amplio frente de oposición al nuevo gobierno. Algunos analistas políticos pronostican que Bolsonaro pudiera caer antes del fin de este año. El optimismo tal vez sea excesivo, pero lo que sí es muy claro es la reversión que ha sufrido la correlación de fuerzas. Ésta, desde las grandes marchas de este mayo, ha empezado a trabajar en contra de Bolsonaro.     
 
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